31
Ene
Cuando los equipos de fútbol afrontan partidos decisivos, a veces los entrenadores deciden tentar a la suerte, probar algo nuevo, cambiar de sistema. Los aficionados al fútbol sabrán de qué les hablo: es lo que se conoce como un ataque de entrenador.
Hasta el momento, el Partido Popular ha jugado como los equipos pequeños: a obstaculizar el juego del adversario, sin proponer más argumentos sobre el terreno de juego que el de impedir que el otro equipo haga su fútbol, para lo que no ha dudado en recurrir al juego sucio.
En la trascendental votación del ajuste del mes de mayo tuvimos el ejemplo más claro de lo que les digo: no le importó poner en el filo de la navaja a su país con tal de ver caer al Gobierno. Y así se ha opuesto una tras otra a todas las grandes reformas impulsadas por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero para salir de la crisis y acelerar la recuperación económica. Porque ese es el sistema de juego que ha impuesto su entrenador: el no a todo, el no por el no, sin argumentos, sin razones, sin alternativas.
Afortunadamente, el Gobierno nunca se ha arredrado y ha seguido fiel a su estilo de juego, impulsando por convicción y por responsabilidad las reformas necesarias para hacer frente a la crisis y para sentar las bases sobre las que construir un nuevo modelo de desarrollo económico más fuerte, sostenible y equilibrado, dejando abierta siempre la puerta del acuerdo a las demás fuerzas sociales, empresariales y políticas.
Por eso, debemos saludar la responsabilidad y el compromiso con nuestro país que han demostrado empresarios y sindicatos en el diálogo con el Gobierno que ha conducido a que hoy podamos celebrar un acuerdo de vital importancia porque abre una dinámica nueva: demuestra que, cuando se antepone el sentido de Estado, las reformas que necesita nuestro país pueden hacerse desde el consenso.
En primer lugar, el acuerdo garantiza la viabilidad de nuestro sistema público de pensiones, la expresión máxima de la solidaridad entre padres e hijos, para las próximas décadas, adaptando con flexibilidad las condiciones de jubilación a la nueva realidad demográfica de nuestro país. Sólo por esto, ya habría merecido la pena.
Pero es mucho más. Este acuerdo asienta las vías por las que deben transitar las políticas energéticas e industriales de nuestro país en los próximos años y, sobre todo, la negociación colectiva y las políticas activas de empleo. Es decir, impulsa una redefinición de las relaciones laborales en nuestro país para superar estructuras anquilosadas que impiden cualquier ajuste que no sea por la vía del despido; y una reestructuración de las políticas activas para mejorar la empleabilidad de las personas que han perdido su trabajo y su reorientación hacia los nuevos nichos de empleo de la nueva economía sostenible.
Sólo desde la mezquindad pueden entenderse las críticas lanzadas hacia un acuerdo histórico. Aunque, a estas alturas, a nadie puede coger ya por sorpresa. Cada vez que se produce un acuerdo, el PP se queda petrificado, descolocado, sin saber qué hacer o qué decir. Es comprensible. La actual clase dirigente del PP pertenece a una generación formada en la crispación, en la tensión, en el disenso. Siempre han visto al adversario como enemigo, en el Gobierno y en la oposición. Son fieles seguidores de aquel “al enemigo ni agua” de un conocido entrenador de fútbol.
Por eso, sólo queda esperar y desear que las buenas intenciones expresadas por Rajoy al presidente del Gobierno no se queden en meras palabras y alcancen la categoría de hechos.
Hasta ahora, Rajoy no ha hecho otra cosa que frustrar las expectativas expresadas por los ciudadanos de alcanzar un consenso para combatir la crisis y afrontar las reformas imprescindibles. Rajoy se encuentra ahora ante uno de esos partidos trascendentales. ¿Tendrá un ataque de entrenador? Deseo que así sea. Porque si hay algo claro es que si Rajoy es capaz de sobreponerse a la estrategia de juego sucio y tierra quemada que el PP ha practicado hasta ahora y sumarse a la estrategia del acuerdo y el consenso saldremos ganando todos.
¿Podemos esperarlo? Como cantaba Machín, quizás, quizás quizás.
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