Madrid, 16 ene (EFE).- Han transcurrido 25 años desde la muerte de Enrique Tierno Galván, el primer alcalde que entendió el gobierno de Madrid como "un diálogo permanente con los ciudadanos" y que soltó unos patos en el Manzanares como primer paso para recuperar el río y devolver la ciudad a los peatones.
Estos recuerdos evoca la figura del "viejo profesor" en su sucesor Alberto Ruiz-Gallardón, actual alcalde de Madrid y, décadas atrás, adversario político de Tierno.
Para Gallardón, Tierno deja "una huella intangible" y, quizá no será nunca un alcalde recordado por sus grandes obras, pero sí pervivirá en la memoria colectiva como "creador de un estilo, de una forma de entender la ciudad, la relación del Ayuntamiento con los ciudadanos" y por haber sido, "en algunas cosas, pionero".
Entre ellas, por haber soltado unos patos en el río Manzanares como una manera de decir "que no quería un río muerto sino vivo" y por haber suprimido el famoso escalextric de Atocha.
"Aquello fue todo un símbolo, una forma de anunciar que se iniciaba una nueva época de Madrid, en la que el ciudadano iba a tener un protagonismo sobre el automóvil, que era cabalmente lo contrario de lo que había ocurrido en los años anterior", señaló Gallardón en declaraciones a Efe.
Sin embargo, "por encima de eso, el principal legado de Tierno es esa forma de entender el gobierno de la ciudad como un diálogo permanente con los ciudadanos", en palabras de Gallardón.
A Tierno le tocó lidiar con una época de crisis y desempleo de dimensiones similares a las actuales, y, según Gallardón, aunque "cada época tiene que tener su receta propia, porque las circunstancias son distintas", las prioridades quedan.
"Saber qué es lo primero que tiene que hacer una administración pública no cambia con el transcurso de los años", dijo Gallardón y seostuvo que "muchas de las prioridades que hemos seguido ejecutando en Madrid fueron iniciadas por Don Enrique Tierno".
El "espíritu crítico" de Tierno, incluso para con sus compañeros de partido "que eran los que llevaban directamente la gestión porque él era un hombre que estaba más en el terreno de las ideas" no habría evitado que hoy en día estuviera "satisfecho con un Madrid en el que es el ciudadano el que tiene que ser el objeto de atención preferente y no su método de transporte".
Si hubiese visto este Madrid, con la amplia red de Metro construida en los últimos quince años, "le habría gustado", al igual que observar que en los márgenes del Manzanares "han desaparecido los coches y han aparecido cien hectáreas de un parque fluvial".
Gallardón está "convencido de que Tierno se sentiría muy satisfecho e incluso orgulloso" de estos logros, a pesar de que el "viejo profesor" actuaba como tal "en el sentido de que te evaluaba con justicia", aunque también "cuando algo lo hacías mal, te animaba a corregirlo y a volver a intentarlo".
En el lado humano, Gallardón recuerda especialmente "los últimos días y semanas" de su vida, en los que "Don Enrique siguió presidiendo los Plenos hasta el final de su vida, en algunos, con un deterioro físico muy importante, muy evidente".
"Hay cosas que son imborrables, detalles de una profunda fortaleza y humanidad, que quizá en una persona a la que se le atribuían más otras virtudes, como una cierta ironía e incluso se le llegó a acusar de un cierto cinismo, no eran imaginables", revela Gallardón quien "sí tuvo ocasión de comprobar hasta qué punto la enfermedad le humanizó y le hizo ser un hombre muy sensible al final de su vida".
En resumen, para Gallardón, Tierno "fue un gran representante de una época de Madrid y todos le recordamos así".
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